En 2021 tomé mi primer trabajo, la pandemia me había azotado brutalmente y ya no veía la luz manteniéndome independiente, además pasé de trabajar en seis proyectos a la vez, a no poder ni tener uno en pie.
Medio año antes de la pandemia había decidido emprender, formalicé a Matryoshka, mi compañía, me di de alta como persona moral. Tenía 83 funciones pactadas por delante para el 2020 de 5 proyectos, hice mis primeras contrataciones y tenía una nómina que pagar con un emprendimiento de artes escénicas. No tienen una idea del pánico que fue ese año, 2020, las 83 funciones se esfumaron en el aire y mi recién comenzado emprendimiento parecía desvanecerse entre mis manos, los números rojos eran los más grandes que he visto en mi vida, remé contracorriente como nunca, no se como, creo que mi mente lo bloqueo pero de algún modo sobrevivimos. En 2021 yo era una piltrafa y solo pedía a la universa que me mandara un trabajo.
La universa escucho mis rezos y recibí una llamada salvadora, una oferta de trabajo para trabajar en el Congreso de la Ciudad de México, no lo pensé ni dos minutos. Dije sí, durante dos años aprendí, me curtí y aproveché lo más que pude el bienestar emocional que da tener una quincena.
Las primeras veces que cobré recuerdo que no podía creer que el pago saliera a tiempo, me tomó un tiempo aprender que podía confiar, que el proceso administrativo que haría llegar mi cheque a tiempo a veces si los días eran inhábiles incluso antes. Mi incredulidad solo era un síntoma de algo más grande: el trauma de la vida precaria, de la violencia económica que se ejerce al sector cultural. Fueron dos años de bonanza y para Matryoshka de un desarrollo chiquito pero en blandito que me dio fuerzas para volver al ruedo.
Así dos años después la vida hizo su magia y me devolvió a mi hogar, con más herramientas, carácter y el espíritu arriba me debatí brevemente sobre si buscar otro trabajo y asegurar mi estabilidad o jugármela en la cancha y asumir que yo ya tenía un lugar donde trabajar, mi iniciativa cultural.
Los últimos seis meses han sido todo un viaje: volver a la precarización, la indolente burocracia cultural; que te mira con cara de fuchi cuando preguntas por la fecha en que saldrán tus pagos.
Volver a poner orden, retomar el hilo. Me daba esperanza que tenía dos proyectos con instituciones de cultura; luego me di cuenta que esos proyectos nos ponían más en riesgo que a salvo: si estas llena de trabajo que no te pagará hasta dentro de seis meses o más y no puedes tomar otros proyectos porque estas topada, estas en problemas.
Tres meses después: varias llamadas horribles con mi casero, no tener ni para el súper, me devolvieron la realidad de la violencia. Una violencia que ningún funcionario ha estado dispuesto a rifarse el físico para aminorar. Lloré, me enojé mucho conmigo misma, subí 8 kilos, toqué fondo. Y ahí echa bolita y paralizada de pronto todos mis conocimientos sobre emprendimiento vinieron a mi rescate y se abrió la caja de pensar fuera de la norma, busqué inversión, entre a un diplomado de dirección de agencias y comenzamos a remontar cuesta arriba. Las instituciones aún no nos pagan, pero sobrevivimos y en su hilarante realidad a ellas tampoco les alcanza para pagar su renta.
Asistí al foro de Clara Brugada sobre cultura. Su propuesta: arte y teatro en las calles para todo el mundo, gratuito, pagado por el estado. Muy bonito sonaba el proyecto para la ciudadanía, pero ¿y los artistas? Seguiremos cobrando ¿un año después? ¿De qué se vive en lo que sus largas fila de oficinas sellan, firman y sacan copias, mientras nos miran con sospecha por cobrar?
No me arrepiento de volver a mi hogar Matryoshka, paso los días trabajando desde mi casa con nuestro pequeño equipo de mujeres creativas increíbles, y todos los días despierto muy agradecida con la universa, conmigo misma y mi rebeldía; porque no habría sido posible sobrevivir de haber seguido las reglas del sistema: convocatorias, pagos ínfimos, tardíos y burocracia. Nos sostenemos porque desobedecimos el credo del amor al arte, porque no confiamos en promesas vacías, ni en autoridades que no nos miran.
Se habló poco o nada derechos laborales en la reunión con Clara, el espíritu de democratizar la cultura lo aplaudo y celebro, siempre y cuando dicha democratización alcance a los artistas, de diferentes, clases, procedencias, disciplinas y búsquedas.
La transformación también esta en las condiciones de producción y no solo en el acceso, a seis años de que la 4T está en el poder y después de la pandemia, hoy solo le alcanza a los artistas privilegiados ejercer su profesión y es momento de dejar de callarlo.
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